La llanura sin fin era un paisaje en movimiento, un paisaje henchido de herbívoros desde los márgenes de los caminos hasta más allá del horizonte.
Las omnipresentes cebras (Equus burchelli) pastaban junto a
los despreocupados ñues (Connochaetes taurinus) y algunas posaban curiosas,
atentas al objetivo.
Menos gracia parecía hacerles la sesión fotográfica a los intimidantes búfalos (Syncerus caffer).
Indiferente, sin embargo, se mostraba un grupo de cuatro alcelafos (Alcelaphus buselaphus) y un topi (Damaliscus lunatus).
Siempre alertas parecían estar las gacelas de Thomson (Eudorcas
thomsonii), aunque estuvieran, tan sólo, vigiladas por una inoportuna cotilla.
Podrían pecar las gacelas de desquiciadas y paranoicas pero, en
el Serengeti, mejor estar atento que dormirse en los laureles…
Lo de relajarse sólo está reservado a algunos… Ya se sabe… Siempre
hubo clases.
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