04 marzo 2013

Los reyes de la caldera

Era mediodía en la caldera de Ngorongoro y seguía lloviendo, no de manera excesivamente copiosa. LLovía lo suficiente para que sonara el goteo constante en los charcos, lo suficiente para que los moradores del cráter tuvieran que sacudir pelos y plumas para mantenerse algo menos mojados, lo suficiente para que no pudiéramos abrir el techo del todoterreno y nos tuviéramos que conformar con ver la manada de leones (Panthera leo) por la ventanilla.

Leones... Estábamos viendo una manada de leones. Estaban tan cerca... Algo más allá, parecían ir de farol unos cuantos chacales (Canis mesomelas). Amagaban con acercarse sin llegar a cruzar la línea roja. Ni los leones ni nosotros les hacíamos el más mínimo caso, si es que ese era su propósito.

Tranquilidad. Se respiraba tranquilidad. No había presas a la vista. Los movimientos lentos y parsimoniosos ralentizaban la escena. Eran majestuosos.


Dos de ellos fueron protagonistas de una romántica estampa, de una instantánea llena de ternura.

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