07 marzo 2013

La laguna de Ngoitoktok

Fue totalmente inesperado... No podíamos sospechar que pudiera existir ese pequeño oasis en la caldera de Ngorongoro. Parecía una acuarela de verdes, amarillos, azules, plateados y blancos. Nos cautivó.

A orillas de la laguna de Ngoitoktok, un árbol servía de posadero a un par de milanos negros (Milvus migrans). Uno se escondía entre el follaje; el otro, posaba orgulloso y revoloteaba de vez en cuando sobre nuestras cabezas.


En el suelo, un cuervo blanco (Corvus albus) se paseaba tranquilamente como también lo hacía un ejemplar de tejedor colirrojo (Histurgops ruficaudus). Más inquietos, e incluso diabólicos, se mostraban sus tocayos, los tejedores de Spekei (Ploceus spekei), como el que se agarraba fervientemente a la ventanilla de nuestro todoterreno.


Una lavandera africana (Motacilla aguimp) jugueteaba de aquí para allá, cerca de un obispo de abanico (Euplectes axillaris), una especie que me gustó especialmente.


Un juvenil de tántalo africano (Mycteria ibis) escrutaba atentamente la hierba en busca de comida y minutos después volaba hacia el oeste en compañía de un adulto. También sobrevolaba la laguna, en sentido contrario, una garza real (Ardea cinerea).


Unos densos y espesos bramidos flotaban en el ambiente. Ni milanos, ni cuervos, ni tántalos… Los verdaderos señores de Ngoitoktok eran los hipopótamos (Hippopotamus amphibius)… Y así nos lo hicieron saber…

0 comentarios: