18 mayo 2013

Los aspavientos de un ebrio

a mi abuelo
dice el mochuelo: “voy, voy, voy…”

Nunca lo había visto tan cerca y la emoción llevó a que mis brazos empezaran a hacer aspavientos, a la vez que detenía el coche a escasos metros de él. Quizás si hubiera mantenido mis nervios a raya habría tenido la oportunidad de hacerle a aquel mochuelo (Athene noctua) la fotografía que rememora mi retina y no la que cuelgo. No pudo ser. Voló más allá de la valla y se agazapó en una roca salpicada de musgo. 

Es lo que tienen las rapaces nocturnas… Me emborrachan, me embriagan.



Entradas relacionadas:

13 mayo 2013

El señor de Andújar II

a señor Iván


A veces, la vida te da sorpresas… 

Seguro que allí no iba a haber nada… El canto de un único pájaro atrajo mi atención… Me propuse buscarlo con la mirada cuando lo vi. Estaba en la otra orilla de aquel río, a un puñado de metros. Ni prismáticos, ni telescopio. Se veía a simple vista. No me refiero al vulgar pájaro que ya había volado de mi mente sino a nuestro ilustre felino.

No acertaba a decirle dónde estaba. Las palabras trastabillaban sin remedio. Mi ayuda brilló por su ausencia pero ella no tardó en verlo también.


La elegancia del lince (Lynx pardinus) nos embrujó. Hacía tres horas que lo habíamos visto por primera vez. Tres horas bastaron para que mutase la ecuación. La distancia que nos separaba de él era muchísimo menor, nos deleitó durante mucho más tiempo y mi corazón bombeaba a endiablada velocidad.


Sus ojos se cruzaron con los nuestros. Sé que nos vio, no albergo duda alguna. Era como si no le importase en absoluto. Siguió caminando lentamente, encaramándose a alguna roca, salvando algún tronco caído. Y río abajo desapareció.


Una pareja salió a nuestro encuentro. Caminaban río arriba. ¿Lo habéis visto? ¿Habéis visto al lince? Y casi no me creí cuando con una sonrisa articulé un monosílabo: sí.

07 mayo 2013

El señor de Andújar I

Ella juraba y perjuraba que lo había visto… Al acercar los prismáticos a sus ojos, apareció ante ella. Yo lo buscaba incesantemente con el telescopio. Ella no me sabía dar referencia alguna de donde estaba, no acertaba a indicarme junto a que encina (Quercus ilex) caminaba en aquel pequeño gran rincón de la sierra de Andújar.


Ella juraba y perjuraba que lo había visto. Su mirada desconsolada chocaba con mi incredulidad. Los votos matrimoniales no me obligaban a creerla, creo. Y por más que quisiera, y la quisiera, no la creía.

Miró de nuevo con los prismáticos y un destello de ilusión brilló en las lentes bajo aquel sol jienense. Allí estaba de nuevo… Porque era verdad. Verdad había sido minutos antes y lo era de nuevo. Y entonces, como Santo Tomás, me convencí y le pedí disculpas. Allí estaba el lince ibérico (Lynx pardinus), el señor de Andújar.


Ojalá hubiera estado más cerca…

Y, a veces, la vida te da sorpresas…