03 septiembre 2011

El señor del sándalo

Se camuflaba bien aún a pesar de su tamaño. Por eso, nos sorprendió descubrirlo de repente allí donde ya llevábamos unos segundos mirando. Grande, robusto, haciendo de la mata de sándalo (Santalum album) recién podada su nueva posesión. Había quien no estaba dispuesta a permitir que fuera así. De ninguna manera. O la señora de la casa o el señor del sándalo. No había suficiente patio para los dos. Cual Pilatos, la señora se lavó las manos y se sirvió de un emisario para proceder al desahucio del ortóptero.

En el primer intento, infructuoso, el saltamontes brincó hacia algún rincón inexistente o, al menos, inapreciable para el ojo del emisario. Cuando después volvió a dibujarse en la retina de este, saltó nuevamente a una vieja escalera de madera cercana. Fue ahí donde el comentado emisario, un servidor, aprovechó por inmortalizar al esquivo invasor.

Minutos después, ya resuelto el litigio, el insecto se hallaba sano y salvo lejos del sándalo que lo ocultaba, más allá de la casa morada por la señora; por la señora y por un sinfín de bichos más.