Ella juraba y perjuraba que lo
había visto… Al acercar los prismáticos a sus ojos, apareció ante ella. Yo lo
buscaba incesantemente con el telescopio. Ella no me sabía dar referencia
alguna de donde estaba, no acertaba a indicarme junto a que encina (Quercus
ilex) caminaba en aquel pequeño gran rincón de la sierra de Andújar.
Ella juraba y perjuraba que lo
había visto. Su mirada desconsolada chocaba con mi incredulidad. Los votos
matrimoniales no me obligaban a creerla, creo. Y por más que quisiera, y la
quisiera, no la creía.
Miró de nuevo con los prismáticos
y un destello de ilusión brilló en las lentes bajo aquel sol jienense. Allí
estaba de nuevo… Porque era verdad. Verdad había sido minutos antes y lo era de
nuevo. Y entonces, como Santo Tomás, me convencí y le pedí disculpas. Allí
estaba el lince ibérico (Lynx pardinus), el señor de Andújar.
Ojalá hubiera estado más cerca…
Y, a veces, la vida te da
sorpresas…
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