Un puñado de carteles a la izquierda de aquel camino que
conducía de la humildad de la nada a la inmensidad de la nada anunciaba que
aquello era el Parque Nacional de Serengeti.
Poco después paramos en un concurrido aparcamiento, nos encaramamos a lo alto de aquel enorme kopje y un macho de agama (Agama mwanzae) salió a nuestro encuentro.
Más allá, las rocas del kopje daban paso a un puñado de matojos y acacias, antesala de aquella nada rebosante de vida y sorpresas que se extendía ante nuestros ojos. Serengeti nos esperaba; empezaba nuestro viaje por la llanura sin fin.
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