En la caldera de Ngorongoro hervía la vida. La
intermitente lluvia parecía activar a sus variopintos habitantes. Una alondra
nuquirrufa (Mirafra africana) se desgañitaba sobre una roca mientras un
ejemplar de archibebe común (Tringa ochropus) trajinaba de charco en charco.
También volaban, paseaban y revoloteaban varias
avefrías coronadas (Vanellus coronatus). Más tranquilo parecía estar un
empapado bisbita africano (Anthus cinnamomeus).
Paseaban también una elegante grulla real gris (Balearica
regulorum), un pizpireto sisón ventrinegro (Eupodotis melanogaster) y un
barbudo macho de avutarda de Kori (Ardeotis kori).
No todo era desfilar. Un cucal cejiblanco (Centropus
superciliosus) estaba posado en el ramaje y un bello busardo augur oriental
(Buteo augur) posaba de esta guisa. El busardo desconocía que su instantánea
cerraría un texto y auguraría inminentes sorpresas en este rincón…
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