04 agosto 2010

Las kairomonas del remero

Un zumbido se agita entre las hierbas. Una hembra de mosquito de la especie Culiseta longiareolata busca un lugar adecuado para depositar sus huevos. La charca elegida es, aparentemente, una localización idónea, perfecta… Pero no… Algo falla… La culícida cambia de idea y se aleja inesperadamente del emplazamiento.


Dos compuestos químicos impregnan la charca: n-heneicosano y n-tricosano. El dúo de kairomonas ha alertado al díptero. Un hambriento depredador se encuentra próximo y la hembra de mosquito no está dispuesta a que sus futuras larvas formen parte del funesto menú.

En el juego de las kairomonas, unos ganan y otros pierden. La especie que las detecta se aprovecha de tal capacidad mientras que la que las produce sufre una derrota evolutiva. En la historia que nos ocupa, el insensato del remero (Notonecta maculata) pone sobre aviso a la madre de sus presas, perdiendo un suculento bocado. Las avispadas culícidas han adquirido una ventajosa adaptación al codificar la presencia de dichos compuestos como una señal de peligro. Las larvas de mosquito tendrán, en último término, una mayor tasa de supervivencia.


La pelota está ahora en nuestro tejado... Nosotros también podemos jugar. Es posible que aprendamos a emplear adecuadamente estas y otras kairomonas a la hora de repeler los fastidiosos mosquitos allí donde su presencia nos sea non grata. ¿Debemos jugar?


Información tomada de: Eurekalert
Imágenes tomadas de:
World News, Wikimedia y Freixanet Saunasport

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