Hay quien lo hará frecuentemente y, quizás, ya no le sorprenda. A mi, que lo hago de Pascuas a Ramos, “sensu stricto”, me sorprende sobremanera… Tener unas células adheridas a una placa, hacerlas proliferar con un líquido afrutado, infectarlas con un vector que contiene el gen de la proteína verde que es, a su vez, originaria de una simpática medusa moradora de nuestros océanos (Aequorea victoria)… Una receta que permite que, un buen día, llegues al trabajo, mires las susodichas al microscopio de fluorescencia y, por arte de birlibirloque, se vean verdes. Nunca dejará de sorprenderme.
En contadas ocasiones, también produzco partículas virales recombinantes que transportan el gen que yo quiero que transporten para que luego lo porten un puñado de células. La teoría descansa en mis apuntes de cuarto de carrera y, ahora, sorprendentemente, soy yo quien lo hago. Eso sí, de Pascuas a Ramos.
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