Mr. Diógenes llevaba ya, por aquella época, dos años y medio encargándose de aquellos asuntos de laboratorio relacionados con el animalario, amen de otras muchas cosas.
Una mañana, salía del quirófano del animalario, donde había estado perfundiendo unos ratones junto a una vieja conocida, la estresada señorita Muffin, cuando se encontró con Mr. Pyjama, integrante de la plantilla del animalario. Mr. Diógenes no entendió muy bien por qué Mr. Pyjama aludió, en la breve conversación, a un cruce de ratones que nuestro protagonista había puesto dos días antes. No habría descendencia. No habría crías. Mr. Diógenes, desconcertado, no alcanzaba a entender tal predicción. Mr. Pyjama, a su juicio, pecaba de agorero.
Poco duró el suspense. Sólo bastó una frase. La demoledora aseveración de Mr. Pyjama convenció a Mr. Diógenes, le estremeció. Sorpresa, dolor, divertimento. Mr. Diógenes no sabía qué sentía. No habría descendencia. No habría crías. El pequeño semental carecía de pene. Al parecer, sus antiguos compañeros de jaula se lo habían cercenado.
Al día siguiente, la hembra ya disfrutaba de un nuevo compañero sentimental y éste de ella. Parecía no recordar que horas antes compartía su vida con un roedor desmembrado. Parecía no recordar que mantuvo una fugaz relación, casta y pura, que pasó a la historia casi de puntillas, sin pene ni gloria.
Una mañana, salía del quirófano del animalario, donde había estado perfundiendo unos ratones junto a una vieja conocida, la estresada señorita Muffin, cuando se encontró con Mr. Pyjama, integrante de la plantilla del animalario. Mr. Diógenes no entendió muy bien por qué Mr. Pyjama aludió, en la breve conversación, a un cruce de ratones que nuestro protagonista había puesto dos días antes. No habría descendencia. No habría crías. Mr. Diógenes, desconcertado, no alcanzaba a entender tal predicción. Mr. Pyjama, a su juicio, pecaba de agorero.
Poco duró el suspense. Sólo bastó una frase. La demoledora aseveración de Mr. Pyjama convenció a Mr. Diógenes, le estremeció. Sorpresa, dolor, divertimento. Mr. Diógenes no sabía qué sentía. No habría descendencia. No habría crías. El pequeño semental carecía de pene. Al parecer, sus antiguos compañeros de jaula se lo habían cercenado.
Al día siguiente, la hembra ya disfrutaba de un nuevo compañero sentimental y éste de ella. Parecía no recordar que horas antes compartía su vida con un roedor desmembrado. Parecía no recordar que mantuvo una fugaz relación, casta y pura, que pasó a la historia casi de puntillas, sin pene ni gloria.
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