11 diciembre 2010

La increible historia de la bacteria que puso arsénico en su vida II

“Bajos niveles de fosfato en el medio de cultivo, investigadores inexpertos y malos revisores” son los factores que han llevado, a juicio de Norman Pace, microbiólogo de la Universidad de Colorado, a que se publicase en la revista Science una investigación de escasa credibilidad. No es el único que piensa así.

Desde que, hace algo más de una semana, saltara la noticia de que una bacteria era capaz de incorporar el arsénico en sus biomoléculas en sustitución del fósforo, muchas son las voces que han vertido duras críticas contra Felisa Wolfe-Simon y su equipo. ¿El motivo? Al parecer, el artículo hacía arriesgadas afirmaciones valiéndose de argumentos poco convincentes. Así, los delicados alfileres que antes prendían las conclusiones de la investigadora de la NASA sirven ahora de arma arrojadiza contra los autores.

Ante el temporal, estos últimos continúan mostrándose totalmente convencidos de la autenticidad de su hallazgo. Bajo mi punto de vista, tal actitud no es compatible con el avance de la ciencia si es que es verdad, como se está exponiendo en bastantes foros, que los susodichos se han dejado algunos ensayos determinantes en el tintero, ensayos que llevarían a demostrar o refutar la existencia de tal forma de vida.

He de decir que, cuando leí la noticia, se me antojó sugerente, revolucionaria y plausible. ¿Por qué no creer en la existencia de un organismo que ha hecho del arsénico un ingrediente más de su estructura biomolecular, que ha desarrollado mecanismos para neutralizarlo y estabilizarlo, y que ha conseguido emplearlo como sustitutivo parcial o total del fósforo? No es del todo descabellado. Al fin y al cabo, el arsénico es un elemento con propiedades fisicoquímicas similares a las del fósforo. De hecho, se sitúa debajo de él en la tabla periódica.

Convencido ahora por los discrepantes, no me queda otra que dejar de lado mi entusiasmo inicial y poner en cuarentena las capacidades de la maltrecha procariota.

Y es que la verdadera ciencia no ha de abrirse camino a bombo y platillo; tampoco ha de ser producto promocional de la NASA ni de cualquier otro tipo de entidad; la verdadera ciencia no ha de estar impregnada de intereses políticos ni socioeconómicos, tampoco ha de estar supeditada a la balanza de ciertos revisores. Se construye en función de lo que se demuestra y, en ningún caso, consiste en dar por rotundo algo a lo que no se llega en un experimento. Mayor delito tiene la cosa cuando
ese algo puede comprobarse haciendo un puñado adicional de ellos.



Información tomada de: Slate
Más información en:
Amazings
Imágenes de fotomontaje tomadas de:
Los Angeles Times y Madrimasd

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