Acababa de comenzar la primavera cuando la señorita Muffin tuvo que comenzar un nuevo experimento con ratones (Mus musculus). Los colocó en un artilugio, cual torturadora medieval, y les inyectó una toxina en el cerebro. Cada día, a partir de entonces, les inoculaba otros compuestos y les observaba detenidamente. Y así fue día tras día durante varias semanas.
Cuando, previamente, la señorita Muffin eligió a sus pequeños voluntarios, lo hizo en función del peso. Tan sólo rechazó a uno. Al parecer, no daba la talla en la báscula.
Cuando, previamente, la señorita Muffin eligió a sus pequeños voluntarios, lo hizo en función del peso. Tan sólo rechazó a uno. Al parecer, no daba la talla en la báscula.
Cada mañana, mientras Muffin pinchaba a sus ratones, podía advertir como perdían algo de peso. Enigmáticamente, lejos de ganar gramos, nuestro diminuto protagonista adelgazaba más que el resto. La razón era evidente pero la estresada Muffin no tenía tiempo para él.
El último día del mes de abril, la señorita Muffin se reunió con todos sus compañeros en quirófano. Era la hora de sacrificar a sus pequeños roedores. Uno tras otro fueron pasando por la mesa de perfusión. Al coger al último ratón, a nuestro amigo, Muffin quedó sobrecogida al darse cuenta de qué le había estado ocurriendo durante todo aquel tiempo. No podía alimentarse bien, no podía comer. El roedor parecía sacado del imaginario popular. Había deseado convertirse en un jabalí, en una morsa, en un mamut o en Dios sabe qué animal mitológico. Se había convertido en la víctima de su anhelo. Sin embargo, de quien se convirtió realmente en víctima fue, como el resto, de la estresada señorita Muffin.
El último día del mes de abril, la señorita Muffin se reunió con todos sus compañeros en quirófano. Era la hora de sacrificar a sus pequeños roedores. Uno tras otro fueron pasando por la mesa de perfusión. Al coger al último ratón, a nuestro amigo, Muffin quedó sobrecogida al darse cuenta de qué le había estado ocurriendo durante todo aquel tiempo. No podía alimentarse bien, no podía comer. El roedor parecía sacado del imaginario popular. Había deseado convertirse en un jabalí, en una morsa, en un mamut o en Dios sabe qué animal mitológico. Se había convertido en la víctima de su anhelo. Sin embargo, de quien se convirtió realmente en víctima fue, como el resto, de la estresada señorita Muffin.
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