a mi abuelo
dice el mochuelo: “voy, voy, voy…”
Nunca lo había visto tan cerca y
la emoción llevó a que mis brazos empezaran a hacer aspavientos, a la vez que
detenía el coche a escasos metros de él. Quizás si hubiera mantenido mis
nervios a raya habría tenido la oportunidad de hacerle a aquel mochuelo (Athene noctua) la fotografía que
rememora mi retina y no la que cuelgo. No pudo ser. Voló más allá de la valla y
se agazapó en una roca salpicada de musgo.
Es lo que tienen las rapaces
nocturnas… Me emborrachan, me embriagan.
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