24 noviembre 2009

Excursión a Gallocanta

Hace una semana, hicimos una excursión a la laguna de Gallocanta (Zaragoza-Teruel). El fuerte viento dominical y otros contratiempos nos pusieron las cosas difíciles a la hora de observar aves con el telescopio.


Gallocanta y otras localidades circundan esta laguna endorreica en la que, en algunas zonas, un cordón de carrizo ejercía de frontera insalvable entre nuestro ojo y el personal emplumado. En otras, una zona de desierto fangoso bordeado por rosados matojos halófilos ostentaba idéntica función.


Como no podía ser de otra manera, las grullas (Grus grus) fueron las protagonistas del día. Entre las fotos que hicimos, una tiene cierto carácter artístico…


La laguna estaba repleta de otras aves, principalmente anátidas. Pudimos ver ánade real (Anas platyrhynchos), cuchara (Anas clypeata) y tarro blanco (Tadorna tadorna). Cuelgo una instantánea en la que salen ejemplares de éste último. Poco más se pudo conseguir ya que, entre la gente que correteaba y el vendaval que se declaró, el observatorio en el que nos encontrábamos parecía la casa de “Poltergeist”.


Al término de la jornada, un grupo de avefrías (Vanellus vanellus) se dejaron fotografiar. De poco sirvió el ingenio frente al fortísimo viento que no nos permitió ni sacar el telescopio del coche. Una foto y gracias.


El preludio de dos gripes provocó que abandonáramos el paraje antes de que llegara el ansiado momento en el que miles de grullas regresaban a la laguna al atardecer. Fuimos testigos mientras avanzábamos por la carretera. Lo pasamos bien pero todo se torció. Otra vez será.




Equipo:
Nikon Spotting Scope RA III 82 WP
Ocular Nikon Spotting Scope WP 20-60x Zoom DS
Nikon Coolpix P5100
Adaptador Nikon FSB-6
Canon IXUS 80 IS

Imágenes recortadas y retocadas en PhotoShop

14 noviembre 2009

Soy mutante, luego hablo

Era el principal sospechoso… Muchos pacientes con trastornos relacionados con la capacidad de locución tienen disfunciones en el gen Foxp2. Estaba en el punto de mira.

Investigaciones recientes han concluido que la proteína generada a partir de la variante humana de dicho gen actúa como un interruptor molecular que controla la expresión de más de un centenar de genes, activándolos o inhibiéndolos. Tal orquesta deriva en un patrón de expresión génica que se comporta como los cimientos moleculares sobre los que se asienta la capacidad de comunicación verbal de nuestra especie.

En el genoma de otros primates, Foxp2 también está presente. Sin embargo, estos animales carecen de dicha capacidad. La clave se encuentra en la secuencia génica de Foxp2. En la especie humana (Homo sapiens) el gen está mutado, generándose una proteína que varía en dos aminoácidos, respecto al péptido original. Cuando se produjo la mutación, hace medio millón de años, nuestra variante mutada pasó a intervenir en los procesos de cognición y de motricidad, así como en el desarrollo cerebral, facial y faríngeo. Se produjo, en definitiva, un caldo de cultivo que hizo germinar nuestra capacidad lingüística. Sin embargo, Foxp2 no fue la única pieza en este rompecabezas evolutivo. El gen requirió de la colaboración de cómplices.

Foxp2 es un gen que nos permite explicar la paradoja de por qué los genomas de especies muy diferentes resultan ser similares al secuenciarse. Supongamos que dicho gen, o cualquier otro, actúa sobre un número arbitrario de genes, constituyendo éstos una imagen a modo de mosaico. El patrón de expresión forjado podría generar diferentes figuras, diferentes respuestas, en función de quién lleve la batuta. Al fin y al cabo, la riqueza de los genomas no sólo reside en el número de genes y de variantes de éstos que alberga sino en cómo interactúan entre sí.




Información tomada de: NewScientist