a Miguel, por
intentarlo;
a Dani, por conseguirlo.
No paraba de hablar. Ni que me
hubieran dado cuerda. Parecía un infatigable verdecillo (Serinus serinus). Mi
cuñado me mandó callar con un par de palabras.
Un búho.
¿Cómo que un búho? Los búhos no
existen. Sólo existen en las leyendas, en los cuentos… No me hagas de nuevo
aferrarme a la escurridiza idea de que existen. Ni siquiera pongo su nombre pseudocientífico
entre paréntesis…
¿Cómo que un búho? Y, al momento,
lo oí yo también. Era un búho real (Bubo
bubo). No había duda. Los esquemas en
los que el duque figuraba como un engendro ornitomitológico se derrumbaron en
un instante.
Mi cuñado comenzó a rastrear el
cortado con el telescopio.
No ha habido suer…
Ahí está.
Ahí estaba. No era un sueño. El
duque se alzaba sobre el Henares, se recortaba en el preludio de la noche de
Jueves Santo. Poco pudimos disfrutarlo. Fue la primera toma de contacto…
Caía la tarde del Viernes Santo y
una cortina de agua nos separaba, esta vez a cuatro, de la figura del duque. Un
puñado de segundos. El diluvio obligó a irnos.
Volveremos cuando escampe.
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